Félix Ardanaz, piano (5/9/2015)
Lo Otro inauguró temporada de la manera más enérgica posible: con un maratón pianístico a cargo de uno de los jóvenes músicos más polifacéticos de nuestro país, Félix Ardanaz. El adjetivo “poliédrico”, tan abusado y gratuito en muchos currículos, en absouto lo es en su caso. Pianista, director de orquesta, clavecinista, emprendedor y arquitecto (!), Félix nos ofreció un tour de force de casi tres horas de duración que abarcó repertorio de estilos, épocas y geografías muy diversas. A esta proeza de concentración, precisión y fuerza, añadió su excelente faceta de comunicador, aderezando cada obra con una explicación previa que predisponía al público a un estado de atención máximo, que duró desde el pistoletazo de salida hasta la línea de meta.
Bajo el signo de Scarlatti, Liszt o Crumb, Félix demuestra ser un músico integral que proyecta, diseña y construye cada edificación musical con el rigor que su formación de arquitecto le proporciona. Pero en medio de esa racionalidad, en medio de esa clarividencia de las estructuras, aflora el director de ópera (y no sólo ópera) que es: la criatura teatral que lleva dentro despierta, implacable y ferviente de entrega y delirio. Pero eso no es todo: Ardanaz es, podríamos decir, un pedagogo encubierto. Bajo su apariencia de pianista inocente se agazapa un divulgador que te desvela lo necesario para escuchar. Y lo necesario es, por ejemplo, lo cinematográfico en Albéniz, lo literario en Ravel, lo atmosférico en Gabriel Erkoreka, lo ritual en Crumb. En el Makrokosmos de este último, Ardanaz se siente como pez en el agua, metiéndose en el rol de recitador y de generador de efectos intrapianísticos, como los glissandi en las cuerdas con un vaso.
La recta final de la maratón prometía una última pirueta a dos pianos: el hercúleo Concierto nº1 de Tchaikovsky. Ubicado en el piano Yamaha C3 situado en la planta superior, el pianista Patrick Hemmerlé acompañó a Félix con precisión y magisterio, realizando el papel de orquesta unipersonal. El ensemble fue sobresaliente, teniendo en cuenta que, al carecer de contacto visual, su única guía era la escucha del otro. La explosión y fuego de artificio, plenamente rusos, de este concierto hicieron aullar al público. Incluso después de la “foto finish”, quedaba energía para los bises “obligatorios” en el piano que perteneció al Café Central. Fueron regalos tanto de Félix como de Patrick: nuestro maratoniano nos brindó el segundo movimiento de la sonata Op. 110 en La bemol mayor de Beethoven. Su brillante acompañante ofreció una transcripción de un fragmento de la ópera Orfeo de Gluck, y remató con el preludio “Minstrels” de Debussy. ¡BRAVISSIMI!
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