Encuentros_ Claudio Constantini

Claudio Constantini,  piano y bandoneón (21/2/15)

En Lo Otro admiramos las ‘rara avis’: músicos que no se limitan a dominar su instrumento, sino que ofrecen una faceta inesperada que refuerza su perspectiva musical, marcándolo con el sello de la singularidad. ‘Encuentros’, haciendo gala de su significado literal en muchos aspectos, nos trajo a Claudio Constantini y su maestría triple –y verdaderamente inusual– como pianista, bandoneonista y compositor. Un intérprete polifacético, que igual se sienta al piano ante una orquesta sinfónica, que acompaña a José Mercé al bandoneón.

Claudio nos condujo por un viaje que partía del París impresionista del piano de Debussy y tenía como destino el otro lado del océano: Buenos Aires y su voz de tango, en el timbre arrebatadoramente melancólico del bandoneón. Despegamos con la poco escuchada ‘Ballade’ de Debussy, obra temprana que combina el cantabile con la cualidad fluida de su escritura. El trayecto continuó por los tres escenarios dispares de las ‘Estampes’, ejemplo del gusto de la época por el exotismo y los paisajes remotos. Constantini, que está inmerso en la notable tarea de registrar la integral pianística de Debussy, navega por estas partituras como pez en el agua. Y aunque estábamos en París, nos hizo escaparnos y sobrevolar los templos del lejano Oriente en ‘Pagodes’, observar el reflejo de la luna en una alberca de la Alhambra en ‘Soirée dans Grenade’ y empaparnos de murmullo de lluvia en un paseo en plena naturaleza en ‘Jardins sous la pluie’, con notables dotes de piloto sonoro capaz de teletransportar al público.

Cambiando el teclado por la botonera del bandoneón, Claudio nos relató una breve historia de éste: su nacimiento alemán como sucedáneo, mucho más económico, del órgano eclesiástico, y su periplo allende los mares hasta terminar como instrumento irremediablemente asociado al tango. También explicó su enorme dificultad técnica, debida a la aparente ilógica de la disposición de la botonera y la doble función sonora de cada botón. Tanto si se conocen esos orígenes como si no, uno debe reconocer que no resulta nada disparatado abordar la música barroca en el bandoneón. Su genética cercana a la del órgano, sumada a la abstracción del barroco y por tanto su adaptabilidad a diferentes tímbricas, hacen que una transcripción de Bach –que a su vez lo es de un concierto para oboe de Marcello– suene maravillosamente “orgánica”, en el sentido de natural, no artificiosa ni forzada. Pero aún exprimiríamos más ese adjetivo, y es que la sensación visual y auditiva ante el bandoneón es doblemente orgánica: primero, por su sonido tejido de aire. Y segundo, por el hechizante efecto de ver la metamorfosis de un instrumento imprevisible, casi vivo, cambiante de forma en los brazos del músico, quien se convierte en una especie de moldeador aéreo-musical, con resultados casi hipnóticos para el espectador. Así embelesó Claudio a través de las referencias tangueras: ‘Che bandoneón’ de Aníbal Troilo, y su propia aportación con ‘Ensimismado’, que anegaron la sala con su canto de hiriente pero bella añoranza.

El programa anunciaba improvisaciones sobre tangos argentinos. Y la vuelta al piano, que confesó su instrumento principal, fue literal: ‘Volver’ de Gardel sonó en una recreación libre, en una deconstrucción de sus células melódicas que se asomaban y se reconocían entre tintes a veces atmosféricos. El programa se cerraba con una figura ineludible: Astor Piazzolla y la suite de su ‘Tango Ballet’, en una excelente transcripción del propio Constantini. Música impulsivamente irresistible, traducida a las 88 teclas del piano en un estilo transcriptivo cercano a Leopold Godowsky con un efecto absolutamente euforizante sobre el público.

Quedaba el “bis obligatorio” en el piso de arriba, como mimo necesario al piano que sonó veinte años en el Café Central. Y volvió a ser a ritmo de tango, con “Nunca tuvo novio”, de Agustín Bardi. Pero Constantini guardaba un as en la manga, que acabó por confirmar nuestras sospechas de que este chico esconde algo parecido a un hombre-orquesta. En los días previos al concierto, alguien en una red social se preguntaba si tocaría los dos instrumentos a la vez. Pues bien: Claudio se lo tomó a pecho, bajó de nuevo y agarró el bandoneón, se sentó ante el Mason & Hamlin y, para estupefacción y delicia de todos y cada uno de los que estábamos allí, tocó una fughetta de Bach en do menor, a dos voces, la inferior sonando en el piano a cargo de su mano izquierda, y la superior en el bandoneón con su mano derecha. Un auténtico malabarismo de coordinación, mental y física, que hizo estallar a un público triplemente embelesado. ¡BRAVO!

Etiquetas:

Comments are closed.