ES HORA DE CAMINAR_ GUILLERMO McGILL
Diseño gráfico y notas del libreto del CD
El percusionista Guillermo McGill ha encargado a Lo Otro el cuidado estético y de contenido de su último disco, Es hora de caminar, que además inaugura su propio sello discográfico, Clandestino.
Las notas del libreto han sido escritas por la pianista Marta Espinós.
El diseño gráfico ha sido dirigido desde El Taller, el estudio de arquitectura y diseño asociado a Lo Otro.
Notas del libreto
Este trabajo es una llamada al impulso de echar a andar. A la urgencia íntima por emprender un camino, una traslación necesaria e inaplazable. Por ello su título es paralelo a las palabras que Teresa de Ávila —mística y andariega— pronunció poco antes de abandonar este mundo: “Es tiempo de caminar”, dijo, sabiendo que estaba a pocos pasos de lo que ella consideraba un anhelado reencuentro.
El exquisito latido rítmico de Guillermo McGill entreteje en este disco ocho temas, ocho tracks o pistas que lo son en sentido absoluto:
pistas también entendidas como rastros, sendas, caminos que convergen en un reencuentro artístico y humano. Porque tras décadas compartiendo escenarios, algunos de los músicos más indiscutibles de este país se reúnen aquí para transitar juntos un sendero estético común. Los pasos iniciales suelen encerrar un halo trascendental e iniciático, y así ocurrió en la concepción de este disco, dentro de ese útero que es el estudio de grabación. Fue prácticamente registrado a base de primeros impulsos: escasísimas tomas en apenas ocho horas, sin ensayos previos, casi sin miradas entre los músicos; sólo con la escucha profunda que sólo germina entre antiguos compañeros de viaje.
Al adentrarnos en este disco-camino, descubrimos que sus ocho pistas avanzan a través de tres paisajes y naturalezas diferentes: los temas originales, las versiones y los homenajes. Ésas son las coordenadas que establece McGill, líder y brújula de la travesía, para orientar a los músicos hacia el encuentro. Es hora de caminar, firmada por él mismo, arranca el disco y lo bautiza. Guillermo nos presenta así, por orden de aparición, a sus caminantes, que él mismo define
con estas palabras: el piano joven, pero ya milagrosamente alquímico, de Marco Mezquida; Javier Colina, para quien todos los elogios podrían condensarse en uno: el contrabajista que canta; Perico Sambeat, otro maestro e icono referencial de una toda generación de músicos; y la guitarra flamenca del jerezano Juan Diego Mateos, que ha transcendido, para situarse más allá de él, su propio destino flamenco; y por último y como invitado, Batio, violoncello de esencia gitana.
Podría decirse que las versiones son senderos ajenos que uno transita como propios. Por el primero de ellos encontramos Lonely woman, de Ornette Coleman, en el que —en ironía con su título— ninguno de los músicos emprende vuelo en solitario. No será el único tema sin solos: ante una melodía bella y completa en sí misma, estos viajeros apuestan más por el cómo que por el qué y el cuánto.
Por otra parte encontramos los homenajes a dos figuras forjadoras del flamenco de los años treinta: el cantaor Antonio Chacón y el guitarrista Ramón Montoya.
El primero fue el renovador del palo de la Malagueña, aquí transformada en balada para el saxo de Sambeat que, más que improvisar, se transmuta en el cante de Chacón. Montoya, que elevó el toque de las seis cuerdas al rango solista, es el autor de la Milonga, que McGill redibuja y reimagina. La ausencia de solos ocurre también en la versión de Olha Maria, joya de Antonio Carlos Jobim donde el violoncello canta la historia de una despedida ante una partida inesperada, aunque aquí no suene la letra que escribieron Chico Buarque y Vinicius de Moraes.
En un itinerario musical, ya sea discográfico e en directo, el orden de los temas que se escuchan nunca debería ser aleatorio. Y en este camino, este orden parece hondamente meditado; tanto, que el oyente sensible puede preguntarse: ¿es la despedida de Olha Maria causa del desmoronamiento que sigue? Porque el orden oculto del cosmos dicta que en toda travesía hay un instante errático, de desorientación, de caos inminente, y Cuando todo se derrumba
—original de McGill— es un breve y fragmentario himno al extravío. Además, éste es el único tema sin la base armónica y rítmica del contrabajo, lo que resulta una acertada metáfora de la ausencia de cimientos que puede desencadenar un desplome. Sin embargo este silencio en el registro grave es temporal, pues la travesía sonora vuelve a su cauce de manera incontestable precisamente con First Song, en recuerdo al recientemente desaparecido
contrabajista Charlie Haden. Nuestros viajeros le rinden un tributo literal, tomándose su título al pie de la letra: no sólo fue la primera canción en ser grabada, sino que la primera toma fue la definitiva.
Y de nuevo, McGill se impulsa sobre el legado de Montoya para alzar su propio vuelo, tomando la Colombiana como punto de partida para su personal homenaje al guitarrista madrileño. Punto de partida que aquí es también de llegada, pues la última pista se convierte en feliz meta. Fin de un camino hermosamente transitado por extraordinarios músicos, cuya huella sonora nos acompaña en el nuestro.
Marta Espinós
Pianista